Thursday, August 13, 2009

Me escapé...

Me escapé.

Me escapé de la rutina, de la oficina, de la casa.

Sin hacer nada en particular, me escapé.

Cuándo y dónde, sólo yo lo sé. Perverso placer de saber que hay cosas que sólo yo sé y nadie más.

Me escapé.

La señora vendía pupusas. Me senté a saborear la tortilla y el chicharrón, amigablemente unidos en una delicia para el paladar. Barata delicia callejera con sabor a muchos recuerdos.

La tarde estaba fresca. Clima semidesértico de nuestra jungla gris de concreto.

Gris hasta que me escapé. Radiante, vibrante de color durante el breve interludio de mi escape.

La señora tenía un celular. Frijolito. Empresaria de la economía informal de nuestro país, sin pagar piso de plaza ni alquiler. Con su frijolito. ¿Sabrá que el pende-sidente y sus achichincles le quieren poner impuestos a sus llamadas? ¿A su frijolito?

Yo no le pregunté. Hablaba con su hijo. Platicó conmigo. El banquito de madera de pino era sencillo pero cómodo. Sencillo lugar para disfrutar una pupusa, el frío atardecer y la calle. Sin complicaciones, sin preocupaciones, sin prisa.

Se me hizo bonita la calle. Calle de barrio de la zona 11, con perritos callejeros, ventas de comida y la eventual camioneta urbana. Felices perros callejeros, sólo preocupados de comer una vez cada tres o cuatro días.

Los perros son felices. No son cómo los hombres que piensan en la economía, el trabajo, la mujer. Tranquila vida de perro, ¿qué nos podrán enseñar?

Me escapé. Nadie sabe cuándo ni dónde. Perverso placer de saber que hay cosas que sólo yo sé y nadie más.

Nadie.




Share on Facebook

1 comment:

elultimodepaz said...

Bonito. Me agradó.

El descubrimiento de lo extraordinario en lo cotidiano es el encuentro de las pequeñas dosis de felicidad que alientan nuestra vida.